March 31, 2019
Lima, Peru
It’s Sunday. Sundays are days when you hear the voices of families in their homes, forks clanging against each other. My house is quiet, except for my new companion: Varela. Varela is a dog that I adopted a few months ago.
And Varela yowls in the morning. Today I woke up at 8. Ever since he’s been in my house, I’ve woken up early. He wakes me up for his morning walk and throws himselfat my bed. All I see are paws and a snout. He’s a medium-sized dog, weighs 45 pounds, so he’s not a small thing. He’s loving to the point of ridiculousness. He wants kisses, hugs, and being with whomever loves him at all moments.
After getting him out of bed, I get up and go downstairs for a yogurt and a coffee. He’s with me the whole time. I don’t know if Varela is particular in this way or if all the dogs in the world are like this. In any case, I had grown used to living with my cat, Nicolás. Though cats are egoists and narcissists, we had reached a point of equilibrium where he would sleep next to me while I worked. Not Varela. Varela wants to play—too bad if I have some work to do. One of the things I have to do is edit my next book. I’ve asked a friend to, please, help with the copyediting. So the friend calls and we spend close to two hours looking at horrors and errors. He’s a great editor, very fussy. Sometimes we lose time discussing some punctuation mark that I don’t want to use. That’s when the battles start. Copyeditors don’t believe in poets. That’s for sure.
When we hang up, I see that I’ve missed my appointment with Liz, the hairdresser. I’d made an appointment to go over to her house. It’s Sunday, but ever since her husband lost his job—she has two kids—she sees private clients at home on the days when she’s not working at her cousin’s salon. I admire her ability for work. She’s very good at what she does. She’s told me that sometimes she sees clients in their homes at 7 AM, which means she has to get up at 5. Other times, she has to crisscross the city and do jobs for three to four hours after leaving the salon at 8 or 9 PM. She’s exhausted when she gets home, and the next day she must do it all over again. When she tells me all this, I feel ashamed for waking up reading or writing a poem or one of those papers required by academia.
Since I missed my appointment with Liz, we rescheduled for another day and I remained in my pajamas. I have a list of various texts that I need to prepare for my classes this week. This week we’ll look at a few stories by Clarice Lispector, the Brazilian writer. I’d read a little of her work when I was younger, but for the past few months I’ve been reading many of her stories and each time they seem more and more incredible. This week we’ll talk about Family Ties and “Obsession,” middle-class women discovering other lives, ones less anodyne than their own. Last week we read “A Chicken.” Clarice seems to say that each one of us is a chicken’s head on the point of exploding.
Today is the day that I should be sprawled out in bed, bingeing on a Netflix show. For the past little while, though, I’ve been avoiding them. They’re too addictive. I put on a movie instead. No more episode-marathons. Then, I reread the introduction to The Second Sex by Simone de Beauvoir, to continue preparing for class. It goes well with Lispector’s stories: “Sometimes, in the course of abstract conversations, I am irritated to hear a man say: ‘You think such-and-such because you’re a woman.’” How relevant, 70 years later—how many times have we been assigned the place of the chicken’s head, of nonsense, discredited: the chicken, “designed at the beginning of the centuries,” as Clarice writes. I should rant and rave, but instead I smile, I laugh while my comrades wake up every day and fight for their rights. No peace while the others continue to see us as interchangeable objects.
Nicolás and Varela look at me. Nicolás is next to me in bed, and Varela sticks his snout in the computer because I’m eating some fried banana chips. I think that this is the only moment in which they’re truly at peace, when they both want me to share some of my food with them. They look at me with crazy eyes and, Nicolás, the smaller one, has moved on top of me. I shake him off, but he comes back. Since I don’t have a commanding voice,I’ve decided to hire a trainer for Varela. He’ll come tomorrow, but that’s another day.
I like to take him out to walk on Sunday nights. I can think calmly, I can relax, not worry about seeing anyone, but today my father took him out. It seems that he has finally begun to like having him at home. Except for his name. He’s always complaining: “If he’s male, why is his name Varela?” Only Varela, Nicolás, and this chickenhead know the answer.
Translated by Lucas Iberico Lozada
Hoy es domingo. Los domingos son días en los que oyes a las voces de las familias en sus casas y los tenedores chocar unos con otros. En mi casa hay silencio, salvo por mi nuevo compañero: Varela. Varela es un perrito que adopté hace un par de meses.
Y Varela aúlla y te despierta. Hoy desperté a las 8 a.m., desde que está en casa, me levanto temprano. Quiero decir, me levanta para su caminata matutina y se lanza hacia mi cama. Yo veo unas patas y un hocico encima de mí. Es un perro mediano, pesa 21 kilos, así que no es poca cosa. Es amoroso hasta el ridículo. Quiere besos, abrazos y estar con quien lo quiera todo el tiempo.
Después de sacarlo de la cama, me levanto y bajo a tomarme un café y un yogurt. El está donde yo vaya. No sé si Varela es particularmente así o si todos los perros del mundo lo son. En todo caso, solía estar acostumbrada a convivir con mi gato, Nicolás. Aunque los gatos son egoístas y narcisos, solíamos llegar a un punto de equilibrio en el que él dormía a mi lado mientras yo trabajaba. Varela no. Varela quiere jugar, peor yo tengo varios trabajos pendienes. Uno de ellos es revisar la edición de mi próximo libro. Le he pedido a un amigo que, por favor, me lo corrija. Así que me llama por teléfono y estamos cerca de dos horas viendo horrores y errores. Es un gran corrector y muy quisquilloso. A veces perdemos el tiempo por algún signo de puntuación que no quiero usar. Allí se arman batallas. Los correctores no creen en las poetas. Eso es seguro.
Cuando colgamos, veo que ya perdí mi cita con Liz, la peluquera. Había quedado con ella para ir a su casa. Es domingo, pero ahora que su esposo perdió el trabajo y tiene dos hijos, ella acepta citas particulares todos los días cuando no va a su trabajo en la peluquería de su prima. Admiro su capacidad para trabajar. Como es muy buena en lo suyo, me ha contado que va a casas a atender clientes desde las 7 a.m. , pero para eso debe levantarse a las 5 a.m. En otras ocasiones, debe cruzar la ciudad y hacer trabajos de 3 a 4 horas desde las 8 o 9 de la noche que sale de su trabajo. Regresa muy cansada y de madrugada, y al otro día debe seguir. Cuando me cuenta eso, siento vergüenza de amanecerme leyendo o escribiendo un poema o uno de esos papers para la academia.
Ya que perdí la cita con Liz, quedamos otro día y me quedo en pijama. Tengo una lista de varios textos que debo preparar para mis clases de la semana. Esta semana comentaremos un par de cuentos de Clarice Lispector, la escritora brasileña. La había leído poco de joven, pero desde hace algún tiempo he leído muchos de sus cuentos y cada vez me parece más increíble. Esta semana nos toca comentar Lazos de familia y Obsesión, mujeres de familia de clase media descubriendo otras vidas menos anodinas. La semana que pasó lo hicimos con Una gallina. Clarice parece decir que cada una de nosotras es una cabeza de gallina a punto de estallar.
Hoy es el dia en que deberia estar tirada en cama viendo una maratón de series en Netflix. Desde hace un tiempo, las evado. Son demasiado adictivas para mí. Pongo una peli y ya. Se acabó mi consumo de Netflix. He dejado las maratones de lado. Así que luego paso a releer la introducción al Segundo sexo de Simone de Beauvoir. La necesito para preparar mi siguiente clase y va bien con los cuentos de Lispector: “A veces, en el curso de discusiones abstractas, me ha irritado oír que los hombres me decían: «Usted piensa tal cosa porque es mujer»”.Cuán actual es aún luego de 70 años, cuántas veces hemos ocupado el lugar de la cabeza de gallina, el lugar de la sinrazón y el descrédito: la gallina “diseñada en los comienzos de los siglos”, como escribe Clarice. Debería rabiar, pero sonrío, río sola mientras mis compañeras se levantan todos los días a luchar por sus derechos. No habrá tranquilidad mientras nos sigan viendo como sujetos intercambiables.
Nicolás y Varela me miran. Nicolás está a mi lado en la cama y Varela mete su hocico en la computadora porque me estoy comiendo unos chifles (plátanos fritos). Creo que es el único momento en que están en paz entre ellos, cuando quieren que les invite algo de mi comida. Me miran con sus ojos locos y, Nicolás, por ser más pequeño, ya está sobre mí. Lo espanto, pero es persistente. Como no tengo voz de mando, acabo de contratarle un profesor a Varela. Vendrá mañana, pero ese es otro día.
Me gusta sacarlo a pasear los domingos por la noche. Puedo pensar tranquilamente, puedo estar a mis anchas sin ver a nadie, pero hoy lo sacó mi padre. Parece que, finalmente, le ha gustado tenerlo en casa. Salvo por su nombre. “Si es macho, ¿por qué se llama Varela?”, reclama todo el tiempo. Eso solo lo sabemos Varela, Nicolás y esta cabeza de gallina.